Imaginemos un hombre renunciando a una brillante carrera exterior y, con ella, a muchos placeres y bienes materiales de la vida, para encerrarse en la especialidad fija que su vocación o sus aptitudes le dictan, encuentra el sentido de su vida y su consumación interior en el cumplimiento de lo que él puede realizar mejor que nadie, o de lo que tal vez puede realizar exclusivamente él. Así considerado el problema, podemos llegar a la conclusión de que muchos médicos rurales, arraigados durante su vida entera en el medio concreto en que viven, son más “grandes” que no pocos de sus colegas que logran acomodarse en la capital; y más de un teórico encastillado en un puesto remoto de la ciencia puede, bajo esta óptica, ocupar un lugar más alto que muchos de los prácticos que en medio de la vida se dan aires de conducir la lucha contra la muerte. En el frente de
lucha de la ciencia, allí donde ésta afronta o prosigue la batalla contra lo desconocido, por muy pequeño que sea el frente de combate que el teórico defienda, no cabe duda de que puede lograr en él cosas preciosas e insustituibles,considerándose en justicia como insustituible también él, por el carácter único de esta obra personal. Este hombre, dirá Viktor Frankl, habrá encontrado y llenado su sitio en la vida y podrá, con ello, considerarla como consumada.
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