Millones de niños considerados hiperactivos o agresivos son tranquilizados todos los días con dosis variadas de Ritalina, mientras otros millones de personas en todo el mundo logran huir de la angustia de la depresión ingiriendo píldoras de Prozac o productos similares, y muchos más todavía intentan calmar la ansiedad con píldoras de Rivotril o equivalentes. Además, los especialistas calculan que alrededor del 15% de la población mundial sufre de un nuevo mal, la compulsión al consumo, cuyos síntomas pueden controlarse con un remedio llamado Citalopram. Los números y algunos cuadros clínicos evocan de manera inquietante la droga “soma”, aquella que los ciudadanos de Un mundo feliz de Aldous Huxley tomaban regularmente para permanecer felices, en reposo y políticamente pasivos. Y remiten también a los dispositivos del tipo diala-mood, aparatos administradores del estado de ánimo que proliferan en la ciencia ficción desde que el escritor Philip Dick los presentara en la novela inspiradora de la película Blade Runner. Las nuevas drogas, tan emblemáticas de la contemporaneidad, podrían verse como una variante de esos dispositivos programadores del alma. No es casual que estén generando enormes lucros para la industria farmacéutica y sigan seduciendo al público mundial, aunque todavía persista una sorda polémica. Esos medicamentos se usan, en muchos casos y de manera creciente, para tratar cuadros que no son patológicos sino normales, aunque considerados deficitarios o insuficientes.
El investigador del área genética,Dean Hamer,
pregunta: “¿Por qué no usar una droga con efectos en el comportamiento para mejorar los estados de ánimo? ¿Por qué soportar la melancolía, si tiene remedio? ¿Por qué tratar sólo los síntomas, si se puede arreglar la causa?”. Renovar el aspecto físico, serenar los espíritus, mejorar el humor, apaciguar eventuales criminales; en todos esos casos, ¿de qué se trata? ¿De buscar la normalidad? ¿De curar enfermedades? “Pronto poseeremos la tecnología que nos permitirá criar personas menos violentas o gente curada de su propensión hacia la conducta criminal”, avisa el politólogo estadounidense Fukuyama. Al redefinir los criterios de normalidad,en un contexto en el cual el biopoder se cruza con la lógica del consumo y adquiere una nueva dinámica asociada al mercado, la enfermedad también se redefine; es un error en la programación que debe ser corregido para reactivar la salud del alma y del cuerpo, tanto individuales como colectivos. Ya no es necesario identificar un origen patológico para los síntomas: basta apenas verificar su distancia con respecto al modelo considerado normal, afirma la escritora argentina Paula Sibilia.
Dean Hamer |
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