Los dioses envidiaban la felicidad de los mortales. En la antigüedad evitaban considerarse felices y mucho menos se atrevían a decirlo, por temor a desencadenar la ira y la persecución de los dioses. Con nuestro Dios es distinto, no solo no envidia nuestra felicidad, sino que nos empuja constantemente a ser felices, nos promete la felicidad, nos la prepara. Saint Just tenía razón cuando decía que la felicidad es una idea nueva, moderna.
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