miércoles, 6 de agosto de 2025

Compraba la calidad de sus espíritus

*Su corazón nada tenía que pedir, nada pedía a Dios.La plegaria constituía una afirmación de si mismo y de lo que él creía que era. Un hombre de poder definitivo; un hombre, en ese sentido, sin par, al menos en su país.
Abajo, en las calles, tan distantes que las veía como meras veredas grises, se movían criaturas del tamaño de insectos. Eran las gentes cuyos pensamientos guiaba, cuyas mentes iluminaba, cuyas conciencias dirigía. Que ellos lo ignorasen y que solo unos cuantos los supiesen, acrecía su poder. Hacía mucho que había renunciado a la ambición de ser un caudillo popular. Porque no tenía el don de ganarse el amor del pueblo, no. Obligado a saber que su aspecto, sombrío y grave, inspiraba más temor que fe, se había emparedado a si mismo en aquel gran edificio. Desde allí esparcía sobre la nación la red de sus periódicos diarios. Para ello adquiría los servicios y los máximos talentos de los hombres. Creía, aunque no con cinismo, que no pudiera ser comprado. Por otra parte, nada podía persuadirle para que comprase un talento que no deseaba o que no pudiera moldear según la forma de su propia doctrina. Los mejores escritores no encontraban lugar en sus paginas si no opinaban como él. Pocos eran los que no se sentían tentados por cincuenta mil solares. Sólo había uno al que ni siquiera le había tentado doble cantidad. Ninguno, pensaba, rehusaría lo que el ofreciera si juzgaba acertado ofrecérselo. Lo que compraba no era únicamente el fluir de los trabajos de los hombres. Compraba también la calidad de sus espíritus. Un hombre hasta entonces incorruptible era valioso cuando cedía, aunque no fuese más porque vendía a la par la confianza de las gentes en él.
*Hombres de Dios de Pearl S. Buck (Premio Pulitzer y el Nobel de Literatura)

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