Pienso, decía José María Pemán, que el primer problema del catalán como idioma es éste de calificarlo como “problema”. En este caso, como en otros muchos, el problema es el modo de manipular una cosa en que si misma no lo es. El catalán , en si, no es un problema, es una evidencia. Lo que ocurre es que las evidencias cobran fisonomía contusionada de problema cuando son manejadas por los políticos, que ésos si que son un problema.
Y añade Pemán que es bien claro que si se anuncia un proyecto de ley económico, mercantil, financiero, acuden a opinar, convocados o espontáneamente, las cámaras profesionales, las empresas, los sindicatos. Pero cuando lo que se plantea es el tema de la lengua catalana, acuden con espontaneidad los ateneos, los club de fútbol, los catedráticos, los teatros de aficionados, las parroquias, los grandes almacenes. Está bien claro, es la vida en su totalidad espiritual y física la que se ha sentido convocada……No se comprende que estamos ante hechos biológicos que se escapan de las manos. El día en que Menéndez Pelayo fue mantenedor de unos “Jochs Florals”, pronunciando en catalán parte de su discurso; y que el poeta premiado con la “englantina de oro” era Jacinto Verdaguer, que declamó parte de su “Atlántida”; desde ese día había un hecho irreversible, que la política no podía desconocer, porque no era de la familia de las leyes o los decretos, sino de la familia de la biología y la física como la montaña de Montserrat, del Llobregat o el Mediterráneo.
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