viernes, 15 de agosto de 2025

Hermanas de San Vicente de Paúl

Escribe Axel Munthe en La historia de San Michele: 
En todos los hospitales de París estaban aún las buenas y altruistas hermanas de San Vicente de Paúl con sus enormes cofias blancas. Todavía colgaba el Crucifijo en la pared de cada sala; aún decía misa el sacerdote todas las mañanas ante el altarcito de la sala de Sainte-Claire. La Madre Superiora, ma mère, como la llamaban todos, iba aún de cama en cama todas las noches, después de tocar el Ángelus. La Laïcisation des Hôpitaux no había llegado aún a ser la cuestión candente del día, y aún no se había levantado el bronco grito de “¡Abajo los curas! ¡Fuera el Crucifijo! ¡Fuera las monjas!”…… Eran tan cándidos sus pensamientos, tan puros sus corazones, tan completamente dedicada su vida al trabajo, sin pedir más recompensa que el permiso de rezar por los que les eran confiados. Ni aun sus peores enemigos se atrevían a menospreciar su abnegación ni su infinita paciencia. La gente decía que las monjas cumplían su misión con cara triste y sombría, que sus pensamientos se ocupaban más en la salvación del alma que en la del cuerpo, que tenían en los labios más palabras de resignación que de esperanza. En verdad, se equivocaban torpemente. Al contrario, aquellas Hermanas, jóvenes y viejas, eran invariablemente alegres y felices, propensas a las bromas y a las risas infantiles, y era maravilloso ver de qué manera sabían comunicar a los demás su felicidad. Eran también tolerantes. Creyentes y descreídos eran iguales para ellas. Casi parecían más ansiosas de ayudar a estos últimos, porque sentían gran compasión por ellos y no mostraban ninguna señal de resentimiento por sus blasfemias y sus maldiciones. 

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