domingo, 3 de agosto de 2025

Enrique VIII, Defensor de la Fe

     Enrique VIII y su canciller Tomás Moro 

Enrique VIII y con el toda Inglaterra , jamás pusieron en duda el título supremo del Papa, como cabeza de la cristiandad por institución divina.Cuenta la historia que estando Sir Tomas Moro de camino a su embajada cuando Enrique VIII escribió al cardenal Ridolfi, que regía como legado pontificio el distrito romano, una elocuente carta. En ella se lamentaba de las atrocidades a las que se había visto sometido el vicario de Cristo, y lloraba la cautividad del Supremo Pontífice, con cuya guía y poder se rige lo establecido por Dios para la salvación de los hombres. No se había olvidado, escribe, de las obligaciones derivadas del título de Defensor de la Fe. Haría todo lo posible para socorrer y restablecer el Pontificado, hasta daría su sangre. En enero de 1528 Enrique Tudor presentó una intimidación de guerra, notificando al Emperador Carlos sus pretensiones; libertad de Su Santidad. Carlos V le contestó que Clemente VII ya estaba libre.
Los ingleses emplearon represalias contra los comerciantes españoles y flamencos, pero la guerra contra los Paises Bajos era impopular en Londres y la necesidad de exportar productos ingleses al continente obligaría a conceder una tregua en la lucha. Tampoco iban bien las campañas. De forma que los reveses llevaron a Francia a un entendimiento con los españoles, desmoronándose así la política de Inglaterra como árbitro de potencias. 
Por problemas de faldas Enrique VIII decidió romper con Roma, aconsejado por Thomas Cranmer y Thomas Cromwell. En 1533 hizo que Cranmer, a quien había nombrado arzobispo de Canterbury, anulara su primer matrimonio y coronara reina a su amante Ana Bolena, dama de honor de Catalina. El Papa respondió con la excomunión del rey, a la que Enrique VIII opuso el cisma de la Iglesia de Inglaterra, aprobado por el Parlamento (Ley de supremacía de 1534). Así, la Iglesia inglesa quedó desligada de la obediencia de Roma y convertida en una Iglesia nacional independiente, cuya cabeza era el propio rey, lo cual permitió a la Corona expropiar y vender el patrimonio de los monasterios. Los católicos ingleses que permanecieron fieles a Roma fueron perseguidos como traidores y su principal exponente, Tomás Moro, ejecutado en 1535. Sin embargo, Enrique VIII no permitió que se pusieran en entredicho los dogmas fundamentales del catolicismo, aunque no pudo evitar que, después de su muerte, Cranmer realizara la reforma de la Iglesia anglicana, que la situó definitivamente en el campo del cristianismo protestante, con la introducción de elementos luteranos y calvinistas.


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