sábado, 8 de febrero de 2025

Los humanos creamos cosas al convertirlas en objetos de nuestros pensamientos y conversaciones



Charles S. Peirce

Charles S. Peirce, definió “cosa” como todo aquello de lo que podamos hablar y sobre la que podamos pensar. En otras palabras, somos nosotros, los humanos, los sujetos, los seres sensibles y pensantes, quienes (dotados de conocimiento y de autoconciencia) creamos cosas al convertirlas en objetos de nuestros pensamientos y conversaciones. Dicho esto, Peirce sigue los pasos de René Descartes, quien, al buscar la prueba última e incuestionable de la existencia (es decir, para no ser engañado por algún malévolo y astuto ser mitológico que me hiciera creer en la existencia de algo que no es más que un producto de mi imaginación) estableció que esa acción de buscar en particular era la prueba definitiva que cualquiera necesita para estar seguro de existir. Como no puede haber duda sin un ser que dude, ni un pensamiento sin un ser que piense, la experiencia de dudar y de pensar es en sí la prueba, necesaria y suficiente, para estar seguro de existir. Y por ese acto de dudar y de pensar, nosotros, los seres humanos, somos diferentes del resto de la creación, que no piensa.
Las “cosas” destinadas al consumo mantienen su utilidad para el consumidor, su única razón de ser, en la medida en que su capacidad para proporcionar placer no disminuya. Uno no suele jurar lealtad a los bienes de consumo (las “cosas”) que uno compra en una tienda; el consumidor no se compromete a que se queden a vivir con él después de que los placeres y las comodidades que proporcionan se hayan agotado. Proporcionar los placeres o las comodidades prometidas es el único uso de los bienes que se compran. Una vez que ya no proporcionan placeres o comodidades, o una vez que el consumidor/usuario advierte la probabilidad de obtener una mayor satisfacción o en otro sitio, esas cosas pueden ser, deben ser y generalmente son relegadas y sustituidas. Este patrón de cliente-bien de consumo o usuario-utilidad se está aplicando a la interacción entre seres humanos y ha penetrado en todos nosotros, consumidores en una sociedad de consumidores, desde la más tierna infancia y a lo largo de toda la vida. Esa penetración tiene una responsabilidad importante en la fragilidad actual de los lazos humanos y en la liquidez de las asociaciones y las sociedades humanas. Y esa fragilidad y revocabilidad de los vínculos humanos se convierten a su vez en una fuente permanente de miedo a la exclusión, al abandono y a la soledad, que amenazan a tantos en la actualidad y causan tanta ansiedad espiritual e infelicidad, escribe Zygmunt Bauman.

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