“Los más grandes enfrentamientos civiles han sido mucho más frecuentes en España que en ningún otro país del occidente europeo. El primer pronunciamiento liberal que culminó con éxito dio lugar a una guerra a pequeña escala en 1822-23, cuyo resultado decidió la intervención militar francesa; y una década más tarde, la plena transición hacia el liberalismo desembocó en la primera guerra carlista de 1833-40, a la que siguió otra más breve en 1873-76. Pero además de estas dos grandes guerras del siglo XIX, existió en 1873 una suerte de guerra civil en el seno de la izquierda, fomentada por los republicanos federales, así como muchos otros conflictos de este tipo. Sin embargo, el caso español, comparado con otros países, no fue quizá tan diferente en su tipología como en su gradación. Las guerras civiles constituyen un rasgo propio del Estado moderno, cuyo carácter las distingue de las contiendas habituales en las sociedades tradicionales que, a menudo, derivaban de conflictos dinásticos o de luchas por la sucesión en el poder.”
“En España, las únicas guerras civiles anteriores a la época moderna que se dilataron a lo largo de los años fueron la gran guerra de Castilla, bajo el reinado de Pedro el Cruel, y la larga guerra catalana que tuvo lugar casi un siglo después. Ambas (y en especial el caso catalán), a diferencia de la mayoría de las que tuvieron lugar durante la Edad Media, supusieron algo más que la habitual lucha por el poder político, al incluir también cuestiones sociales más amplias. La taxonomía de las guerras civiles en la era moderna incluye: 1) las guerras de religión; 2) las guerras de secesión o de liberación nacional; 3) las guerras producto de una revolución política o de una revolución social general, unas categorías que, con frecuencia, se solapan. La revuelta de los Comuneros de Castilla en 1520-21 constituyó una especie de revolución política del siglo XVI, con ciertos aspectos propios de una lucha protonacionalista. Los conflictos religiosos que tuvieron lugar en el siglo XVI y en la primera mitad del XVII abrieron paso a la más extensa era de contiendas civiles en la historia moderna de Europa, un periodo generalmente conocido como de las “guerras de religión”. No obstante, en estos conflictos subyacía, a menudo, algo más que la simple cuestión religiosa y solían estar asociados a importantes cambios políticos o a la afirmación de cierto prenacionalismo o afán por alcanzar la autonomía o la independencia. Los ochenta años de lucha de Holanda contra la Corona española de los Habsburgo, por ejemplo, pusieron de relieve una combinación de todos estos factores, convirtiéndose en una guerra de independencia y de cambio político siendo, al mismo tiempo, una especie de guerra civil en el seno de los Países Bajos. Casi dos siglos después ocurrió algo muy similar en el caso de las luchas independentistas de los países hispanoamericanos”, escribe el historiador Stanley George Payne.
“En España, las únicas guerras civiles anteriores a la época moderna que se dilataron a lo largo de los años fueron la gran guerra de Castilla, bajo el reinado de Pedro el Cruel, y la larga guerra catalana que tuvo lugar casi un siglo después. Ambas (y en especial el caso catalán), a diferencia de la mayoría de las que tuvieron lugar durante la Edad Media, supusieron algo más que la habitual lucha por el poder político, al incluir también cuestiones sociales más amplias. La taxonomía de las guerras civiles en la era moderna incluye: 1) las guerras de religión; 2) las guerras de secesión o de liberación nacional; 3) las guerras producto de una revolución política o de una revolución social general, unas categorías que, con frecuencia, se solapan. La revuelta de los Comuneros de Castilla en 1520-21 constituyó una especie de revolución política del siglo XVI, con ciertos aspectos propios de una lucha protonacionalista. Los conflictos religiosos que tuvieron lugar en el siglo XVI y en la primera mitad del XVII abrieron paso a la más extensa era de contiendas civiles en la historia moderna de Europa, un periodo generalmente conocido como de las “guerras de religión”. No obstante, en estos conflictos subyacía, a menudo, algo más que la simple cuestión religiosa y solían estar asociados a importantes cambios políticos o a la afirmación de cierto prenacionalismo o afán por alcanzar la autonomía o la independencia. Los ochenta años de lucha de Holanda contra la Corona española de los Habsburgo, por ejemplo, pusieron de relieve una combinación de todos estos factores, convirtiéndose en una guerra de independencia y de cambio político siendo, al mismo tiempo, una especie de guerra civil en el seno de los Países Bajos. Casi dos siglos después ocurrió algo muy similar en el caso de las luchas independentistas de los países hispanoamericanos”, escribe el historiador Stanley George Payne.
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