domingo, 23 de febrero de 2025

La profunda crisis de la civilización europea

Rob Riemen afirma que la “desolación de no saber nada y el fanatismo del saber único” son las larvas de la estupidez y de la mentira. No ayudan las universidades a combatir esas lacras, según Riemen, porque no cumplen con su papel crítico y de búsqueda de la sabiduría. Y lo empeora todo el hecho de que especialmente en el terreno político, “la mentira se convierte en el orden mundial”. Una cultura no puede estar cimentada “sobre una relación equívoca con la verdad”. Para la construcción de una sociedad y de una cultura sanas han de cuidarse el fomento del espíritu humano independiente, el respeto permanente a la libertad, la apertura, la valentía, la responsabilidad, el espíritu crítico y sobre todo el amor a la verdad. También una clase con aparente buena bildung puede ser estúpida, y entonces su estupidez será superior. Si la Iglesia habla de pecado original, Sigmund Freud de alguna manera le da la razón al poner el dedo en la llaga afirmando que un ser humano determinado es menos decente de lo que se piensa. Escribió Freud a propósito de la Primera Guerra Mundial y lo cita Rob Riemen: “¿Creen realmente que un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales habría logrado desencadenar todos esos malos espíritus si los millones de seguidores no fueran sus cómplices?”. Más aún, como señaló Thomas Mann, entra aquí en juego “la quimera de que el hombre puede salvarse a sí mismo”.
La democracia como tal no garantiza ni lo justo ni lo mejor. “Cualquier voluntad colectiva, ya sea la de los votantes en una democracia o la de las autoridades universitarias, siempre tiende a la mediocridad, nunca a las mejores cualidades”. Es necesaria la “aristocracia espiritual”, hay que saber cuáles son nuestras “responsabilidades”, para rescatar el valor de las “palabras importantes”, tales como “verdad, amor, fe y eternidad”. Son ellas las que pueden juzgar sobre lo que se está gestando en la sociedad, no el análisis científico de una base de datos. La ciencia sola no salva. Eso no quita la formulación de dos preguntas pertinentes e inquietantes: “¿Por qué las ciencias naturales saben encontrar soluciones efectivas a los problemas de la física, pero las humanidades, con la filosofía en primer lugar, no son capaces de curar la mente enferma de la sociedad europea?”; “¿no será que las humanidades, además de ser incapaces de curar la profunda crisis de la civilización europea, son, en parte, culpables de esa misma crisis?”, se pregunta Riemen.

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