La posverdad emitida por los políticos consigue su propósito porque éstos han sabido adaptarse al lenguaje mediático. Los partidos requieren acceder a los ciudadanos y los medios de comunicación les sirven de amplificadores de sus discursos, de ahí que se afanen en reconocer cuáles son los valores de noticiabilidad con los que trabajan y cuál es el lenguaje exigido. Porque si algún suceso, propuesta o reivindicación política quedase fuera de la atención de la agenda mediática implicaría, en muchos casos, su inexistencia para un amplio número de ciudadanos y, por ende, su ostracismo social (Casero-Ripollés, 2012), ya que los contenidos difundidos en los medios contribuyen a construir la realidad o la verdad de los individuos y los colectivos. De ahí que los partidos políticos trabajen en insertar sus discursos con el fin de ganar, además de visibilidad, credibilidad. Con este propósito cuidan sus presentaciones públicas y sus líderes se muestran próximos a los electores, objeto de todos sus movimientos, siempre tratando de ganar su confianza. También con esta intención, los contenidos se orientan más a la emoción que a la lógica; se usan estrategias narrativas que apelan a los sentimientos, con el objeto de captar a la audiencia. Es por esto por lo que el discurso político ya no se rige por las reglas de la presentación de datos y las pruebas de verificación, sino que se construye atendiendo a las pautas del relato de ficción, “donde la exigencia de verdad ha sido sustituida por cierta coherencia interna que lo hace creíble, una vez situados en el plano de lo ficticio, la acción y la propia creación de los personajes. En esta labor de narrativización juega un papel muy importante todo tipo de recursos retóricos” (Márquez, 2016). En su constante discurso, los políticos no sólo trabajan con la verdad, en su proceso comunicativo también caben “engaños, obstrucción, falsos desmentidos y palmarias mentiras” (Thomson, 2001, p. 36). La posverdad se trata de una táctica que se ha generalizado y, lo que es peor, no tiene la menor relevancia. “La negación absoluta de los hechos, de los datos y de la evidencia, sin la menor precaución ni decencia, está a la orden del día en conferencias de prensa, comparecencias públicas y discursos ante parlamentos o instituciones” (Gallego-Díaz, 2016). Y contra estas acciones, que cada vez se hacen más continuas, poco pueden hacer los medios, escriben María Luisa Cárdenas Rica y David Polo Serrano.
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