Maxence Van der Meersch escribe en Cuerpos y almas que “desfilaban por su mente todos los sacrificios consentidos al ídolo, al único y monstruoso amor de sí mismo, y se daba cuenta de que toda su vida no había sido más que un fracaso lamentable. En el fondo, sólo había vivido para él. Sus hijos, sólo los había amado para sí. Sólo los había educado para asociarlos a su obra, verlos vivir y gravitar en torno suyo. Su felicidad quería que dependiera de la de él”.
Maxence van der Meersch con su hija Sarah. |
Más adelante continua diciendo Maxence Van der Meersch “pues uno de los mayores goces que el hombre puede experimentar es encontrar en su pasado el recuerdo de un gesto surgido del fondo de sí mismo, realizado sin proponérselo, sin haberlo querido, casi inconscientemente; un gesto de pura bondad, que le impele a creer en el bien. Y más allá del bien, que lo sepamos o no, está siempre la presencia de Dios. Pues los amores del hombre se cifran en el amor a sí mismo o en el amor a Dios. Sólo esos dos amores existen”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario