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miércoles, 10 de septiembre de 2025

Los años próximos a 1800 supusieron el inicio de una época

Los años próximos a 1800 fueron rompedores, y supusieron el inicio de una época, allí donde los ejércitos de Napoleón derrocaron los regímenes antiguos, los debilitaron irremediablemente o, al menos, dieron el impulso para tal debilitación. Así ocurrió en el mundo de los pequeños estados del oeste de Alemania, en España y Portugal, en la isla colonial de Haití (Santo Domingo) y en Egipto; pero no, por ejemplo, en el imperio zarista. También hubo efectos indirectos; si la monarquía española no se hubiera desmoronado en 1808, las revoluciones de independencia hispanoamericanas no habrían empezado en 1810, sino más tarde. Para la élite gobernante del imperio otomano, la ocupación francesa de la provincia de Egipto, en 1798, supuso una conmoción que desató varios proyectos de modernización. A largo plazo, sin embargo, para el sultanato fue todavía más grave la derrota de 1878 en la guerra contra Rusia, que comportó la pérdida de algunas de las zonas más ricas del imperio. En 1876, el 76% de la península balcánica era otomano; en 1879, solo el 37%. Este fue el gran hito político de la historia tardía de los otomanos, la peripecia de su caída, que tuvo como consecuencia revolucionaria inevitable el hecho de que en 1908, los oficiales de los Jóvenes Turcos derrocaran el régimen autocrático del sultán. También se sintieron efectos indirectos de las guerras napoleónicas allí donde Gran Bretaña intervino militarmente: el Cabo de Buena Esperanza y Ceilán (Sri Lanka) fueron arrebatados al estado holandés, que era parte del imperio napoleónico, y siguieron integradas en Gran Bretaña a la caída de este. En Indonesia, y sobre todo en la gran isla de Java, a la breve ocupación británica (1811-1816) siguió la restauración del gobierno colonial neerlandés. En la India, los británicos apostaron por el más exitoso de sus conquistadores coloniales, el marqués de Wellesley, y se hicieron con la supremacía a lo sumo en 1818. En otros países, los hitos políticos más destacados se produjeron en pleno siglo XIX.
Numerosos estados ni siquiera empezaron a existir hasta después de 1800. En 1804, la república de Haití; entre 1810 y 1826, progresivamente, las repúblicas hispanoamericanas; en 1830 (o 1832), los reinos de Bélgica y Grecia; en 1861, el reino de Italia; en 1871, el imperio alemán; en 1878, el principado de Bulgaria. La moderna Nueva Zelanda debe su existencia como estado al tratado de Waitangi, que firmaron en 1840 representantes de la corona británica con jefes de las tribus maoríes. Canadá y Australia, que eran conglomerados de colonias adyacentes, pasaron a ser estados nacionales con las actas de federación de 1867 y 1901, respectivamente. Noruega no rompió la unión con Suecia hasta 1905. En todos estos casos, las fechas de fundación de los estados nacionales dividen el siglo XIX en un período anterior y uno posterior a la conquista de la unidad y la independencia.
Hacia 1890 se estima que, en el uso global de la energía, los combustibles fósiles (carbón, petróleo) superaron a la biomasa; y ello, a pesar de que la mayoría de la población todavía no empleaba directamente esos combustibles. La era de los combustibles fósiles había empezado hacia 1820, en el sentido de que el empleo de tales recursos pasó a ser la tendencia más innovadora de la generación de energía. Hacia 1890, esta tendencia también se impuso en el conjunto del mundo desde el punto de vista cuantitativo.
Referencia: La transformación del mundo (Jürgen Osterhammel)