Jean François Revel |
Cuenta Romanelli, el célebre aserto de Pier Paolo Passolini, que los intelectuales italianos profesaban su fe en dos iglesias la católica y la comunista. Una especie de creencia laica según la cual la izquierda, hiciese lo que hiciese, no se podía equivocar, tal como glosó en su día Jean François Revel en El conocimiento inútil “somos una sociedad del conocimiento, pero no parece que queramos utilizarlo en realidad”. Los grandes santones de la intelectualidad occidental, desde Jean Paul Sartre, Antonio Gramsci o Herbert Marcuse a Noam Chomsky, casi siempre expresaron una evidente conmiseración, cuando no aplauso, con y por las políticas de la izquierda radical, a la vez que criticaban duramente los actos y la ideología capitalista y explotadora de los Gobiernos occidentales. En palabras de Raymond Aron, la intelligentsia vivía muy confortablemente admirando los hechos de Mao o Fidel Castro desde sus mullidas butacas de la Sorbona o de Berkeley.
En plena Guerra Mundial, a George Orwell (1903-1950) le costó Dios y ayuda que Rebelión en la Granja viese la luz. No es que su hilarante crítica al sistema soviético fuese directamente censurada, fue algo peor, no alcanzó el interés de ningún editor decente porque para la intelectualidad británica, la puesta en cuestión de la triunfante izquierda antifascista no tenía cabida en su pensamiento, había cosas que no se podían decir, la llamada mala conciencia pequeño burguesa impedía censurar a la vanguardia ideológica que representaba el valiente camarada Stalin. Hacer lo contrario supondría, cuando menos, ser tachado de reaccionario e insensible imperialista. Al fin, como aseguraba el lema corregido que procuraba embellecer el frontispicio de la antigua granja Manor, luego bautizada por los gorrinos que la habían tomado por revolucionario asalto como la feliz e industriosa Animal Farm: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.
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