Escribe Tony Judt que “no hay nada muy glorioso ni seguro en la historia francesa desde 1918, a pesar de los heroicos esfuerzos de De Gaulle; sólo sufrimiento estoico, decadencia, incertidumbre, derrota, vergüenza y duda, seguidas muy de cerca, como hemos visto, por cambios sin precedentes. Estos cambios no pudieron anular las memorias recientes; pero parecieron borrar la herencia más antigua, dejando sólo recuerdos incómodos y confusión sobre el presente. No es la primera vez que Francia ha tenido que mirar atrás a una agitada secuencia de turbulencia y duda. Los hombres que construyeron la III República después de 1871 tuvieron que forjar un consenso cívico y una comunidad nacional después de tres revoluciones, dos monarquías, un imperio, una efímera república, una guerra civil y una gran derrota militar, todo en el transcurso de una vida. Lo consiguieron porque tenían una historia que contar sobre Francia que podía vincular el pasado y el futuro en una sola narración, y enseñaron esa historia con firme convicción a tres generaciones de futuros ciudadanos. Sus sucesores no pueden hacer esto, como atestigua el lamentable caso de François Mitterrand, presidente de Francia durante la década de los años ochenta y la mitad de los noventa. Ningún gobernante francés desde Luis XIV se ha tomado tanto trabajo y cuidado por conmemorar la gloria de su país y hacerla propia; su reino estuvo marcado por la constante acumulación de monumentos, nuevos museos, solemnes inauguraciones, inhumaciones y reinhumaciones, por no mencionar los lapidarios y pantagruélicos esfuerzos por asegurarse su propio lugar en la memoria nacional, desde el arco en La Défense, en el oeste de París, hasta “la Très Grande Bibliothèque” en la orilla izquierda del Sena. Pero, aparte de su florentina capacidad para sobrevivir en el poder durante tanto tiempo, ¿por qué era más conocido Mitterrand en vísperas de su muerte? Por su incapacidad para recordar con exactitud y reconocer su papel en Vichy, un reflejo individual extrañamente preciso del propio agujero en la memoria de la nación. Los franceses, como su difunto presidente, no saben cómo interpretar su historia reciente”.
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