Entre 1915 y 1922, años de la redada contra los intelectuales armenios de Constantinopla y el incendio de Esmirna, el régimen de los Jóvenes Turcos perpetró el genocidio armenio, la destrucción del pueblo armenio en el territorio del Imperio otomano como colofón de una trágica serie de matanzas y violencia que se remonta al finales del siglo XIX. El genocidio perpetrado a partir de 1915, el propósito no era sólo matar a las personas, sino destruir al pueblo, es decir, erradicar incluso los rastros de su presencia (destrucción de edificios, confiscación de propiedades) más allá de la matanza generalizada de hombres, mujeres y niños a través de formas eficaces para el fin como tiroteos, ahogamientos, quemas, exposición a los elementos, hambre y sed en los desiertos, agotamiento. El objetivo final era acabar con los rastros de la presencia armenia en los territorios de la Armenia histórica hasta Cilicia. El genocidio se perpetró en los territorios que históricamente eran armenios. Los mataron en su propia tierra o los deportaron para acabar con ellos.
Actualmente se ha reactivado en la región el odio desmedido y la armenofobia. Sus bases han echado raíces profundas a niveles estatales y se implementan programas políticos que materializan el racismo contra personas de origen armenio. Un video viralizado en 2018 da cuenta del adoctrinamiento en un jardín de niños en Azerbaiyán: “¿Quién es nuestro enemigo?”, pregunta el profesor. “Los armenios”, respondieron los niños al unísono. Las autoridades turcas y azerbaiyanas presentan un discurso público pacifista y absuelto de toda responsabilidad, al tiempo que alimentan sus medidas de agresión contra la población armenia en el presente y fortalecen su política negacionista en torno a lo que ocurrió hace 107 años en esta región.
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