martes, 16 de agosto de 2016

El relativismo postmoderno ha dejado a muchos hombres en una posición de indefinición respecto de los valores.

En uno de los libros más comentados de los últimos tiempos, “El conocimiento inútil”, el escritor francés Jean-François Revel comienza exponiendo una idea perturbadora,“la fuerza más grande que hoy rige el mundo es la mentira”. Posiblemente la afirmación resulte un tanto exagerada, pero hay que reconocer que tiene una buena parte de razón. Y en ese caso, ya no se trata del conocimiento inútil, sino del conocimiento perjudicial. En muchos ámbitos de la vida, el comercial, el ideológico, el político, estamos siendo bombardeados por informaciones cuya veracidad no podemos comprobar, y que nos sugieren cuando menos la sospecha de que son interesadas. El mismo sensacionalismo de muchos medios que nos transmiten el rumor como verdad puede enturbiar la solidez, la limpieza de nuestros conocimientos. Siempre ha habido mentiras intencionadas, eso es cierto, y la imperiosa necesidad de detectarlas y neutralizarlas ha acaparado el más ingrato y exigente esfuerzo de los historiadores. Pero en el siglo de la información, la combinación del exceso de datos con la necesidad de verificarlos puede ser un motivo de desorientación, cuando no, que sería lo peor, de duda y escepticismo.
Por otro lado, el relativismo postmoderno  en cuanto a lo que es la verdad y el bien, ha dejado a muchos hombres en una posición de indefinición respecto de los valores. Hay, efectivamente, hombres para los que la práctica de los actos más nobles y generosos ha perdido su capacidad enaltecedora de antaño, el sentido de “algo que vale la pena”; como, recíprocamente, lo que la razón o el sentido común nos hacen ver como indigno degradante o egoísta ha perdido ante muchas conciencias su condición negativa, y por tanto no solo no provoca aversión, sino ni tan siquiera arrepentimiento. Quizá nunca ha habido en la historia de nuestra civilización occidental tan escasa proporción de seres humanos arrepentidos de lo que no han debido hacer y han hecho. 


Actos como la búsqueda del placer inmediato sin reparar en sus consecuencias, o la transgresión del primero de los derechos humanos, el derecho a llegar a existir, por obra del aborto; o el del enriquecimiento rápido con indiferencia respecto de los medios que se emplean para ello o del daño que se hace a otros, son dos de los más específicos ejemplos de un comportamiento que pudo haber existido en otros momentos históricos, pero tal vez más que nunca en el presente, y que casi nunca son respondidos en la conciencia de sus autores por una sensación de pesar por el mal que se ha hecho.

la fuerza más grande que hoy rige el mundo es la mentira


la práctica de los actos más nobles y generosos ha perdido su capacidad enaltecedora de antaño

la búsqueda del placer inmediato sin reparar en sus consecuencias


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