sábado, 20 de agosto de 2016

¿Por que la Iglesia alentó las Cruzadas?

Papa Urbano II
Cuando el Papa Urbano II en el 1.095 encendió el fuego de la cruzada en Clermont, cuando San Bernardo lo atizó en el 1.146 en Vézelay, pensaban transformar la guerra endémica de Occidente en una causa justa, la lucha contra los infieles. Querían purgar a la humanidad del escándalo de los combates entre correligionarios, dar al ardor belicoso del mundo feudal una salida digna, indicar a la cristiandad el gran objetivo, el gran proyecto capaz de forjar la unidad de pensamiento y de acción que le faltaba.
Cruzadas.
La Iglesia y el papado creían que, gracias a la cruzada de la que ellas asumían la dirección espiritual, tenían con ello en la mano el medio de dominar en Occidente incluso esa Respublica Christiana, conquistadora pero turbulenta, dividida interiormente e impotente para encerrar en sus límites su vitalidad. Ese gran proyecto fracasó. Pero la Iglesia había sabido responder a un deseo y logró hacer del espíritu de cruzada el aglutinante de las inquietudes ocultas de Occidente. 


Jerusalén celeste.
Un largo adoctrinamiento de la sensibilidad y de las mentalidades había preparado los corazones occidentales a la búsqueda de la Jerusalén celeste. La Iglesia mostró a los cristianos que esa imagen ideal estaba encarnada en la realidad y que se podía llegar hasta ella a través de la Jerusalén terrestre. La sed de vagabundeo que atenazaba a esos cristianos a quienes las realidades de la tierra no eran capaces de atar al suelo se veía de repente aplacada por una peregrinación de la que se podía esperar de todo: aventura, riqueza, y hasta la salvación eterna. La cruz era aún en Occidente no un símbolo de sufrimiento, sino de triunfo. Al colgarla al pecho de los cruzados, la Iglesia daba al fin a este emblema su verdadero significado y le devolvía la función que había desempeñado para Constantino y para los primeros cristianos.

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