En la medida en que somos animales reflexivos, nuestra única pertenencia es el pasado. El presente es una línea sin anchura, el futuro, tan solo una pantalla en nuestra mente donde proyectamos una combinatoria de recuerdos. En aras del conocimiento nos conviene recordar el pasado tan completamente como podamos y comprender que su permanente presencia en la memoria es un factor determinante de nuestras acciones presentes, explica Richard Weaver.
Se ha dicho, y con razón, que el principal problema de la actual generación es que no se ha tomado la molestia de leer las actas de la anterior sesión. La mayoría de nuestros contemporáneos parecen detestar el pasado y querer negar su existencia.
Ha habido otras generaciones en el pasado. |
La imaginación nos permite comprender que ha habido otras generaciones en el pasado y que sus vidas se desarrollaron en circunstancias exactamente tan reales como las nuestras.
Quienes murieron siendo héroes y mártires, ¿han muerto realmente? No es una pregunta ociosa. Hasta cierto punto, dice Weaver,estos seres siguen vivos como las fuerzas que fueron y son para ayudarnos a dar forma al mundo al que aspiramos.
Dante en el Inferno. |
La conciencia del pasado es un antídoto contra el egoísmo y el superficial optimismo. Permite poner coto al optimismo, ya que enseña a considerar con cautela la perceptibilidad del hombre y a valorar ecuánimemente los proyectos de renovación de la especie. ¿Qué manual práctico sobre la vanidad y la ambición puede compararse con las Vidas de Plutarco? ¿Qué más fundados reproches a la teoría del progreso automático que los que pueden encontrarse en la morosa reflexión del Auge y caída de Gibbon? El lector de historia es un lector escarmentado, y cuando cierra el libro que acaba de leer sabe que puede exclamar, como Dante en el Inferno: “Nunca hubiera creído que la muerte a tantos se llevara”.
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