Lope de Vega |
El abate Bremond había intuido que no hace falta ser un santo, ni vivir un periodo de paz espiritual y pureza, o de congoja religiosa, de temor por el alma en pecado, o de exaltación devota, para escribir poesía mística, sollozar en endecasílabos ante Jesús Crucificado, o María… Algunos de los poemas religiosos más sinceros de Lope de Vega serían escritos cuando éste, clérigo y oficial de la Inquisición, vivía con una casada, y llevaba el fruto de los amores a bautizar en una carroza del duque de Sessa. La poesía pide una sensibilización especial, que no depende del vivir cotidiano.
Chateaubriand |
Chateaubriand con su enorme cabeza «évidemment faite pour un autre corps», y que acababa de escribir Atala, fue presentado a Paulina de Beaumont. Flechazo. Y los dos amantes se retiraron a Savigny-sur-Orge, donde Paulina había alquilado una casa. En casa de su querida, Chateaubriand repasaba una obra consagrada a la exaltación de la religión, a la santidad del matrimonio, a la virginidad y a la castidad. Chateaubriand había anunciado que estaba escribiendo un libro que se titularía Las bellezas de la religión cristiana. Paulina se sentaba en sus rodillas y el vizconde le leía. Paulina lloraba, y de la lectura pasaban a la cama. El libro fue publicado con el título El genio del cristianismo. Paulina estaba casada, Chateaubriand también. Puede ser que aquellos días de exaltación amorosa, carnal, fuesen necesarios para las páginas más ardientes de El genio del cristianismo.
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