El “todo fluye” en conjunto con la imagen del río hizo de Heráclito, a través de las menciones de Platón y de Aristóteles, y desde allí hacia adelante, el filósofo del cambio, de lo transitorio, de lo efímero, de la contingencia, del devenir. Pero sobre todo, de la imposibilidad de un verdadero conocimiento. Es que si todo cambia no hay manera de justificar un saber verdadero, ya que el conocimiento, para ser cierto, según Platón, no puede tener como objeto algo que esté todo el tiempo mutando. Un verdadero conocimiento solo puede referirse a una realidad absoluta. El problema es que en este mundo, nuestro mundo, según se desprendería de Heráclito todo parece estar dado en el más infinito devenir. ¿Hay algo en este mundo que no cambie? La respuesta de Platón es contundente, no, y por eso este nuestro mundo no es real.
Escribe el filósofo Sztajnszrajber que la imposibilidad de asociar un verdadero saber con una realidad en permanente cambio ha sido a lo largo de la filosofía una justificación para consagrar el saber verdadero y sacarlo de este mundo, en ese sentido de la consagración según la cual lo sagrado les es sustraído a los seres humanos para brindárselo a los dioses.
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