Si la vida humana fuera como la del animal, si discurriera maquinalmente sin otro que hacer que sobrevivir, tal vez cupiera no plantear tan inquietante interrogación. Pero el hombre, lejos de instalarse de forma extática en la realidad, se enfrenta interrogativamente con ella. El ser humano indaga, busca e inquiere; todo atrae su mirada escrutadora. El mismo es el más grande desafío para su avidez de saber. Le inquieta ser “un signo indescifrado” (Hólderlin), y busca afanosamente el sentido de la existencia, la vida, el dolor y la muerte.
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