La palabra nostalgia viene de la palabra compuesta griega nosto, que significa ir a casa, y algos, que significa dolor. La acuñó en 1688 un físico suizo, Johannes Hofer, en alusión a una extraña enfermedad que afectaba a los suizos destinados en el extranjero (básicamente, añoranza), que el doctor Hofer pensaba que en última instancia podía llevar a deserciones generalizadas e incluso a la muerte. En la jerga moderna solemos referirnos a la nostalgia, según recoge el diccionario de la RAE, como “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. En un estudio de 2006 realizado en la Universidad de Southampton (Reino Unido), el 79 por ciento de los 172 alumnos encuestados declaró tener pensamientos nostálgicos al menos una vez por semana, mientras que el 16 por ciento afirmó tenerlos a diario. Resulta que existe una razón para que los humanos seamos propensos a estos pensamientos, la nostalgia es buena para nosotros. Según Scientific American “en lugar de ser una pérdida de tiempo o un lujo dañino, deleitarse con los recuerdos levanta el ánimo, aumenta la autoestima y fortalece las relaciones. Resumiendo, la nostalgia es una fuente de bienestar psicológico”.
“A medida que el recuerdo se impone, lo desagradable desaparece y lo bueno perdura, quizás incluso se amplifica más allá de la realidad”. Hay estudios que indican que estamos tan decididos a recordar el pasado de modo favorable que a veces recordamos acontecimientos agradables que nunca ocurrieron, manifiesta Martin Lindstrom.
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