domingo, 24 de agosto de 2025

Una vida que ya no es la de este mundo, ni tampoco la del otro

La Fama escribiendo la historia de Cristo
José Luis Comellas en su libro Los grandes imperios coloniales escribe que “el renacimiento ha sido definido por Burckhardt como el descubrimiento del hombre por si mismo. Hoy la mayoría de los historiadores estiman que su afirmación no es del todo exacta. Ya existió un humanismo clásico grecolatino, en que según Protágoras el hombre es la medida de todas las cosas, como existió un humanismo cristiano medieval, en que hubo un concepto muy elevado de la dignidad del ser humano como criatura de Dios y del pleno sentido de su existencia y su responsabilidad en este mundo. Lo que supone el Renacimiento es el descubrimiento por el hombre de sus posibilidades en la vida, de su capacidad para realizarse y realizar cosas en la tierra. El prototipo ideal del humanismo renacentista es, según Huizinga, el homo faber, el hombre deseoso de hacer, que todo lo cifra en la transcendencia de su obra y que se muestra ansioso de realizar toda clase de hazañas, unas proezas, en la guerra, en el arte, en la ciencia, en la política, que le supondrán esa tercera vía de que hablan Petrarca y Jorge Manrique, una vida que ya no es la de este mundo, ni tampoco la del otro, sino la fama, capaz de perpetuar su nombre a lo largo de los siglos. El homo faber pretende realizarse a si mismo, y es tanto más el mismo, es decir cumple tanto más su ideal y su desiderátum, cuantas más y mejores cosas consigue. “Hoy prevalece en el mundo el ansia de hacer; da gusto vivir” escribía un humanista alemán, Ulrich von Hutten, de modo que también el hombre es tanto más feliz cuanto más hace.

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