Una Europa secularizada que ha perdido la fe en sus valores y en la legitimidad para defenderlos. Esos valores constituyen nuestra más alta herencia: el acuerdo inusual europeo heredado de la Antigua Grecia y Roma, catalizado por la religión cristiana y refinado por el fuego de la Ilustración. El cristianismo llevó a Europa, dice Douglas Murray, a las más altas cimas de la creatividad humana a construir la basílica de San Pedro, la Catedral de Chartres, el duomo de Florencia. Pero Europa ha perdido el sentido religioso y su historia fundacional. Opina Murray que el europeo contemporáneo está cansado, carece de fuelle existencial. Hemos intentado alcanzar el sol hemos volado demasiado cerca de él y nos hemos precipitado a la tierra señala glosando la idea de la filósofa Chantal Delsol en su libro Ícaro caído. De poco le ha servido a Europa la filosofía, devastada no solamente por la duda, sino por décadas de deconstrucción. Nadie les dice ahora a los europeos: Aquí tienes una herencia del pensamiento, de la cultura, de la filosofía, y de la religión que ha nutrido a la gente durante miles de años y que también puede nutrirte. En lugar de eso, apostilla Murray, se escucha la voz del nihilismo diciendo que la tuya es una existencia sin sentido en un universo que carece de sentido.
Muchos europeos no tienen claro que quieran seguir siéndolo, y que incluso envidien a otras culturas, como la musulmana. Es lo que dijo la ministra sueca de Inmigración, en una mezquita de inmigrantes kurdos. Estos, declaró, poseen una cultura rica y unitaria, mientras que Suecia no tiene otra cosa que banalidades, como el festival de la noche del solsticio de verano. Y Macron dejó bien claro que no existe la cultura francesa. Existe la cultura en Francia, y es una cultura diversa. Basta visitar la tumba de Carlos Martel en Saint Denis, que frenó a los musulmanes en Poitiers (732), y que ahora necesita constante protección anti-terrorista; o pasearse por las calles de alrededor, que se parecen más a las de Argel que a las de París, indica Murray.
Muchos europeos no tienen claro que quieran seguir siéndolo, y que incluso envidien a otras culturas, como la musulmana. Es lo que dijo la ministra sueca de Inmigración, en una mezquita de inmigrantes kurdos. Estos, declaró, poseen una cultura rica y unitaria, mientras que Suecia no tiene otra cosa que banalidades, como el festival de la noche del solsticio de verano. Y Macron dejó bien claro que no existe la cultura francesa. Existe la cultura en Francia, y es una cultura diversa. Basta visitar la tumba de Carlos Martel en Saint Denis, que frenó a los musulmanes en Poitiers (732), y que ahora necesita constante protección anti-terrorista; o pasearse por las calles de alrededor, que se parecen más a las de Argel que a las de París, indica Murray.
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