La creación del hombre con barro, tierra o polvo es un lugar común entre los egipcios (el dios Ptah crea al hombre con una rueda de alfarero), los babilonios (el dios Ea amasa al hombre con arcilla) y los griegos (Prometeo usa arcilla para modelar a los hombres). En relación a la aparición del ser humano, también podría hablarse de una cierta influencia del poema babilónico Enuma Elish (s. VII a.C.), que narra la lucha de los primeros dioses y la creación del hombre, explicando que ésta se realiza amasando sangre y huesos, lo que presenta una cierta similitud con la generación de Eva a partir de la costilla de Adán. Cercano resulta también el paralelismo con la mitología griega, más concretamente la similitud entre Eva saliendo del costado de Adán y Atenea saliendo de la frente de su padre Zeus. Graves y Patai (1969) llegaron a afirmar que la necesidad de dotar a Adán de una compañera que fuese semejante a él, frente al resto de especies animales, con las que sentía una gran distancia, podría haber sido reminiscencia de una primitiva zoofilia, lo que conectaría a su vez con el mito acadio de Enkidu y Aruru recogido en el Poema de Gilgamesh.
En principio, el ciclo de la Creación no forma parte del sistema de prefiguras cristiano que compara Antiguo y Nuevo Testamento. Sin embargo, algunos teólogos medievales insistieron en el paralelismo existente entre Eva saliendo del costado de Adán y la Iglesia saliendo de la llaga abierta en el costado de Cristo.
Referencia: La Creación de Irene González Hernando. Universidad Complutense.

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