Quien estudie con rigor la historia económica del capitalismo y conozca algo de las condiciones de vida en los siglos en los que aún no existía o se encontraba solo en una fase incipiente, no podrá sino asombrarse de los extraordinarios avances en materia de condiciones materiales de nuestras existencias, superación de la miseria, aumento de la esperanza de vida, mejora de la salud, multiplicación de las opciones disponibles e incremento de la libertad que se han producido en amplias regiones del mundo (aunque no en todas), especialmente para las numerosas personas que no pertenecen a una élite bien posicionada. Todos estos avances, contemplados con la perspectiva del tiempo transcurrido, probablemente no se habrían dado si el capitalismo no hubiese excavado, ocupado y transformado de una forma muy característica y durante largos períodos su entorno. Y quien desee recurrir al argumento del aumento del conocimiento, la transformación de la tecnología o la industrialización como motores del progreso deberá recordar que, para contar con una industrialización exitosa y duradera, hasta ahora siempre ha sido preciso que exista el capitalismo. Sus principios han impulsado en buena medida la difusión del saber, como ha quedado patente en la historia de los medios de comunicación, desde los primeros ensayos de la tipografía hasta el uso de Internet en la actualidad, pasando por la prensa política que recoge las críticas de la opinión pública. Hasta ahora, el capitalismo ha vencido a todos los modelos alternativos, tanto en términos de creación de bienestar como en términos de generación de libertad. La derrota de las economías planificadas del bloque comunista en el último tercio del siglo XX fue el proceso final de esta evaluación del capitalismo en el balance de la historia, escribe el historiador Jürgen Kocka.
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