Una vez dijo Bertrand Russell que la consideración importante que debemos tener en mente al leer las teorías de los grandes filósofos (aparte de los matemáticos o los lógicos, que tratan con símbolos y no con hechos empíricos o características humanas) es que todos ellos tuvieron una visión central de la vida, de lo que es y de lo que debe ser; y todo el ingenio, la sutileza, la inmensa inteligencia y a veces la profundidad con que exponen sus sistemas y con que los defienden, todo el gran aparato intelectual que se encuentra en las obras de los grandes filósofos es, la mitad de las veces, sólo una defensa exterior de la ciudadela interna, armas contra el asalto, objeciones a objeciones, rechazos de rechazos, un intento de contener y de refutar toda crítica real y posible de sus ideas y de sus teorías; y jamás comprenderemos lo que en realidad desean, a menos que podamos penetrar más allá de esta barrera de armas defensivas, hasta la visión única, coherente y central interna, que la mitad de las veces no es elaborada y compleja, sino sencilla, armoniosa y fácilmente perceptible como un solo conjunto.
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