miércoles, 19 de febrero de 2025

La víctima principal de las luchas confesionales fue ese cuerpo común de la cristiandad

Calvino
Hacia la década de 1550, muerto Martín Lutero, su religión, privada del intenso liderato personal de su fundador, entraba en una fase de letargo intelectual y político. En Alemania, la escena principal de la lucha confesional durante la primera mitad del siglo, la paz de Augsburgo había establecido un equilibrio, aunque inestable, entre los príncipes luteranos y los católicos romanos, privando con ello a los luteranos de estímulo para una ulterior militancia. Los calvinistas, sin embargo, fueron excluidos de los términos del acuerdo de Augsburgo, y dada la pasividad que dominó a la segunda generación de luteranos, fueron los calvinistas los que se convirtieron en los representantes más dinámicos de la religión reformada. En un momento en el que la iglesia romana estaba al fin comenzando a responder con cierto éxito al desafío de la herejía, el calvinismo disfrutaba de algunas ventajas evidentes sobre el luteranismo como credo militante. Sus doctrinas eran más definidas y estaban formuladas más agudamente; sus seguidores estaban mejor disciplinados; su sistema celular como organización eclesiástica hizo posible su propagación y crecimiento independiente, incluso allí donde las autoridades seculares se oponían a su establecimiento; y tenía en Ginebra un cuartel general desde donde el mismo Calvino pudo ordenar el campo de batalla, hasta su muerte en 1564. Después de muchos años de lucha, el envejecido Calvino se había convertido, a mediados de la década de 1550, en el dueño indiscutible de Ginebra. La oposición en el concejo de la ciudad había sido silenciada y sus enemigos habían huido. Ahora que estaba atrincherado en Ginebra, sin ninguna posibilidad de ser derrocado, Calvino pudo convertir la ciudad en la capital efectiva de su nueva religión, en una Roma protestante. Los calvinistas de Europa se habían acostumbrado desde hacía tiempo a acudir a Ginebra para pedir consejo e instrucciones, y habían ido allí a buscar refugio en tiempos de persecución. Después de una prolongada disputa, la mayor parte de los profesores de Lausana, incluyendo a Teodoro Beza, profesor de griego, fueron expulsados por el gobierno de Berna en 1558. Con la ayuda de estos, Calvino fundó una academia en Ginebra en 1559, y Beza se convirtió en su rector. La nueva institución tuvo un éxito inmediato.
Fue en Francia donde Ginebra se apuntó uno de sus más notables éxitos. Cada año era despachado para Francia un nuevo grupo de pastores ginebrinos. La mayor parte de ellos, nacidos en Francia, salidos de la clase media o de las clases aristocráticas, lograron conversos influyentes y fundaron nuevas iglesias, las cuales acudían a Ginebra para pedir guía y consejo.
La víctima principal de las luchas confesionales fue la comunidad internacional, ese cuerpo común de la cristiandad del que se seguía hablando hasta mucho después de que hubiese cesado de tener algún fundamento real. Las obediencias se polarizaban alrededor de Ginebra y de Roma, era natural que se aumentase la nostalgia por la antigua y unida cristiandad.
Los estudiantes, acostumbrados a viajar por el continente para seguir sus estudios en la universidad que habían escogido, comenzaron ahora a descubrir que esto no era tan fácil para ellos como lo había sido para sus padres. Los nobles calvinistas de los Países Bajos o de Hungría enviarían a sus hijos a la Academia de Ginebra, mientras que los católicos enviarían a los suyos a Padua o Lovaina. En 1559, Felipe II prohibió a los españoles estudiar en el extranjero, excepto en determinados colegios de Bolonia, Roma, Nápoles y Coimbra. En 1570, cartas reales dirigidas al Parlamento en Dole prohibían a los habitantes del Franco Condado “estudiar, enseñar, aprender o residir en otras universidades o escuelas privadas o públicas, que no sean las de este país o las de otros países, estados y reinos bajo nuestra obediencia, exceptuando siempre la ciudad y universidad de Roma”. Las prohibiciones gubernamentales eran con frecuencia eludidas e ignoradas, pero el hecho era que las ochenta universidades, aproximadamente, de la Europa de mediados del siglo XVI estaban siendo transformadas de instituciones internacionales en nacionales, y que la comunidad europea de estudiosos estaba siendo fragmentada por la nueva contienda confesional.
Referencia:La Europa dividida, 1559-1598 (J. H. Elliott)

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