San Agustín distingue entre “¿Quién soy yo?” y “¿Qué soy yo?”, la primera pregunta dirigida por el hombre a sí mismo. “Y me dirigí a mí mismo y me dije: Tú, ¿quién eres tú? Y contesté, un hombre”. Y la segunda a Dios “Entonces,¿qué soy, Dios mío? ¿Lo que es mi naturaleza?” Porque en el “gran misterio” en que se halla el hombre, hay “algo de hombre que el espíritu del hombre que está en él no conoce. Pero, Tú, Señor, que le has hecho, conoces todo de él”. Así, la más familiar de estas frases cuyo texto, la quaestio mihi factus sum, es una pregunta planteada en presencia de Dios, “ante cuyos ojos he llegado a ser un problema para mí mismo”. En resumen, la respuesta a la pregunta “¿quién soy yo?” es sencillamente: “Eres un hombre, cualquier cosa que eso sea”; y la respuesta a “¿qué soy?” sólo puede darla Dios, que hizo al hombre. El interrogante sobre la naturaleza del hombre no es menos teológico que el referido a la naturaleza de Dios; ambos sólo cabe establecerlos en el marco de una respuesta divinamente revelada, escribe la filósofa Hannah Arendt.
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