Soren Kierkegaard compara a Dios en sus Fragmentos filosóficos con un rey que deseaba conquistar el amor de una mujer corriente. Si se acercaba a ella como rey, la mujer se asustarías no le ofrecería la clase de amor que se intercambiaba espontáneamente entre iguales. También podría ocurrir que ella se sintiese atraída por la riqueza y el poder del rey o que no se atraviese a rechazarlo. De ahí, que el rey se acercase a la mujer corriente bajo la apariencia de un hombre corriente. Sólo de este modo podía obtener el amor sincero de ella y solo así saber que ese amor era de verdad. Esto, dice Soren Kierkegaard, es lo que hace Dios cuando llega al mundo encarnado en Jesucristo. Dios busca nuestro amor no sobrecogiéndonos con la majestuosidad de la visión beatifica, sino condescendiendo a relacionarse con nosotros a nuestro nivel, adoptando nuestra naturaleza y nuestra carne. Para Thomas Woods, esta idea que constituye una excepción en la historia de las religiones, ha calado de tal modo en la cultura occidental que apenas nadie se para a pensarlo dos veces.
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