Las brutales afirmaciones de Nietzsche en La gaya ciencia resumen el problema del ateísmo presentando a un loco que recorre la ciudad en pleno día con un farol en la mano: “¡Busco a Dios! ¿Que adónde se ha ido Dios? Os lo voy a decir. Lo hemos matado, ¡vosotros y yo! Todos somos su asesino. Pero, ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene de continuo la noche y cada vez más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado!”. Friedrich Nietzsche concluye su relato escribiendo: “Todavía se cuenta que el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó en ellas su Requiem aeternam Deo. Una vez conducido al exterior e interpelado, contestó siempre esta única frase: “¿Pues qué son ahora ya estas iglesias más que las tumbas y panteones de Dios?””. Si pretendemos haber celebrado los funerales de Dios, ¿cómo nos puede sorprender que un mundo sin presencia divina se haya convertido en un infierno? La moral, el amor, la libertad, la técnica y la ciencia no son nada sin Dios. El hombre puede construir las obras más hermosas, pero no serán más que castillos en la arena y quimeras efímeras si no se refieren a Dios. Con veinte años, Nietzsche escribió su poema al Dios desconocido: “Quiero conocerte, desconocido, que tocas en lo profundo de mi alma…”
Está claro, Dios no le interesa a nadie. Ha muerto y su marcha nos deja indiferentes. Hemos pasado de un materialismo ateo a un new age difuso. Pero la muerte de Dios conlleva el soterramiento del bien, de la belleza, del amor y de la verdad. Si la fuente ya no mana, si el lodo de la indiferencia transforma incluso esa agua, el hombre se desmorona. El bien se convierte en mal, lo bello es feo, el amor consiste en la satisfacción de unos cuantos instintos sexuales primarios y las verdades son todas relativas. No es de extrañar, decía Benedicto XVI en 2008 en un Mensaje a la diócesis de Roma, que en la actualidad dudemos “del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien; en definitiva, de la bondad de la vida”.
Referencia: Dios o nada (Mundo y Cristianismo) (Spanish Edition) (Cardenal Robert Sarah;Nicolas Diat)
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