C. S. Lewis escribe en El problema del dolor que el hombre malvado vivirá encerrado en un mundo de ilusiones mientras no descubra en su existencia la presencia inequívoca del mal en forma de sufrimiento. Cuando le despierte el dolor, descubrirá que “tiene que habérselas” de un modo o de otro con el mundo real. Entonces tal vez se rebele, con la posibilidad de aclarar el asunto y arrepentirse profundamente en algún momento posterior, o intente algún arreglo, que, de ser continuado, le conducirá a la religión. Ciertamente, ninguno de esos dos efectos es tan seguro ahora como lo era en otras épocas en que la existencia de Dios, o incluso la de dioses, era generalmente reconocida…….El dolor como megáfono de Dios es, sin la menor duda, un instrumento terrible. Puede conducir a una definitiva y contumaz rebelión. Pero también puede ser la única oportunidad del malvado para enmendarse. El dolor quita el velo y coloca la bandera de la verdad en la fortaleza del alma rebelde.
Todos hemos observado cuán difícil nos resulta dirigir el pensamiento a Dios cuando todo marcha bien. “Tenemos todo lo que deseamos” es una afirmación terrible cuando el término “todo” no incluye a Dios, cuando Dios es visto como un obstáculo. San Agustín dice al respecto lo siguiente: Dios quiere darnos algo, pero no puede porque nuestras manos están llenas. No tiene sitio en el que poner sus dádivas.
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