miércoles, 23 de abril de 2025

El hombre multiplica las palabras celestiales

Ewan Clayton escribe en La historia de la escritura que “él puede llenar su mente con las Escrituras mientras copia las palabras del Señor. Con sus dedos da vida a los hombres y los arma contra las artimañas del demonio. Satanás recibe tantas heridas como palabras de Cristo copia el antiquarius. Lo que escribe en su celda se difundirá por remotas provincias. El hombre multiplica las palabras celestiales. Esto dicen las Instituciones de Casiodoro, presentándonos el acto de la escritura bajo una luz diferente. El acto de copiar libros es ahora un fin en sí mismo y el escribiente (ya no un esclavo que copia obras para su amo) ha recibido un género distinto de dignidad y de tarea; el carácter y la santidad se pueden formar en el ejercicio de la confección de libros.La alegoría, que se emplea como medio de interpretación de los textos sagrados, se aplica también a los materiales y las herramientas de escribir. Isidoro de Sevilla compara la pluma de ave y su punta partida con la divinidad manifestándose a través de los Testamentos Antiguo y Nuevo, y la tinta con la sangre de Cristo, vertida por el bien de todo lo creado. Abundan también las interpretaciones alegóricas de las letras del alfabeto. La ípsilon griega (Y) con sus dos brazos refleja las elecciones vitales que pueden hacer los seres humanos al madurar. Esta tradición de interpretar la forma y el carácter de las letras se remonta por lo menos a Platón. En su diálogo Cratilo interviene Sócrates describiendo las letras como representación de distintas fuerzas. La R representa el movimiento y la L la flexibilidad y la suavidad, aunque lo cierto es que Sócrates se burla amablemente de estas asociaciones. En la Alta Edad Media, la alegoría llegó a inmiscuirse tanto en la ejecución de las letras que, en un manuscrito del siglo X conservado en la biblioteca municipal de Berna (Suiza), vemos a unos novicios a quienes se les enseñan las letras comparándolas con verdades teológicas en las que hay que pensar mientras se da forma a la letra. Los tres trazos de la A representan la Trinidad: el asta transversal corresponde al Espíritu Santo, que fluye entre el Padre y el Hijo; el movimiento descendente de la L recuerda el nacimiento de Cristo, que se humilló descendiendo del cielo a la tierra para adoptar la condición de un sirviente.

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