Juan Pablo II en Exhort. apost. Familiaris consortio explicaba que eran tres las características del derecho-deber educativo de los padres: - es esencial, por estar vinculado con la transmisión de la vida humana; - es original y primario, respecto al papel de otros agentes educativos ( derivado y secundario), porque la relación de amor que se da entre padres e hijos es única y constituye el alma del proceso educativo; - y es insustituible e inalienable, es decir, no puede ser usurpado ni delegado completamente. El papel de los padres en la educación tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. De hecho, el oscurecimiento de estas verdades ha llevado a muchos padres al descuido, e incluso al abandono, de su papel insustituible, hasta el punto que Benedicto XVI ha hablado de una situación de “emergencia educativa”, que es tarea de todos afrontar. Puesto que el amor es la vocación fundamental e innata del hombre, el fin de la misión educativa de los padres no puede ser otro que enseñar a amar.
En palabras de Juan Pablo II: “En una perspectiva que además llega a las raíces mismas de la realidad, hay que decir que la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor… Todo cometido particular de la familia es la expresión y la actuación concreta de tal misión fundamental”. Pero, ¿cómo llevar a cabo esta misión? La respuesta es siempre la misma: con amor. El amor no es sólo el fin, sino también el alma de la educación. Juan Pablo II, después de describir las tres características esenciales del derecho-deber educativo de los padres, concluía que, “por encima de estas características, no puede olvidarse que el elemento más radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor”.
La educación de los hijos es proyección y continuación del mismo amor conyugal y, por eso, el hogar familiar que nace como desarrollo natural del amor de los esposos es el ambiente adecuado para la educación humana de los hijos. Para éstos, la primera escuela es el amor que se tienen sus padres. A través de su ejemplo reciben, desde pequeños, una auténtica capacitación para el amor verdadero.
En palabras de Juan Pablo II: “En una perspectiva que además llega a las raíces mismas de la realidad, hay que decir que la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor… Todo cometido particular de la familia es la expresión y la actuación concreta de tal misión fundamental”. Pero, ¿cómo llevar a cabo esta misión? La respuesta es siempre la misma: con amor. El amor no es sólo el fin, sino también el alma de la educación. Juan Pablo II, después de describir las tres características esenciales del derecho-deber educativo de los padres, concluía que, “por encima de estas características, no puede olvidarse que el elemento más radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor”.
La educación de los hijos es proyección y continuación del mismo amor conyugal y, por eso, el hogar familiar que nace como desarrollo natural del amor de los esposos es el ambiente adecuado para la educación humana de los hijos. Para éstos, la primera escuela es el amor que se tienen sus padres. A través de su ejemplo reciben, desde pequeños, una auténtica capacitación para el amor verdadero.
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