miércoles, 5 de febrero de 2025

El deseo de la polilla por la estrella

En la Encyclopédie, Louis de Jaucourt define lo sublime como “todo lo que nos eleva por encima de lo que éramos, y al mismo tiempo nos hace sentir esa elevación”. Estamos sobredimensionados, optamos al infinito. El “cielo estrellado sobre mí” de Kant, las estatuas de la Isla de Pascua, el último movimiento (Resurrección) de la Segunda Sinfonía de Mahler, el desierto de Kalahari al caer la noche o la claraboya de una iglesia; puede uno inclinarse a una posibilidad u otra, lo que no puede uno es denigrarlas todas sin ponerse en evidencia. Séneca en sus Cuestiones naturales escribió que el alma es una cosa pequeña, pero es cosa tremenda el desprecio del alma.
Al trascender cedemos gozosamente ante un poder que se nos impone. Atisbamos una grandeza indecible y nos entregamos en un plano que no es biológico ni social ni afectivo, en un nivel que tiene sus propias hechuras y reglas. De algún modo, no es algo que hacemos, sino que nos ocurre, aunque por supuesto pueda uno predisponerse. Por eso decía Jiddu Krishnamurtique no es posible dirigir el viento, pero hay que dejar las ventanas abiertas.Trascender, escribe David Cerdá, es afrontar lo indescifrable. Se instaura una economía imposible, sacar de casi nada un rédito extraordinario, la multiplicación de los panes y los peces. Un austero retiro en un convento, un gong cadencioso, la danza de los derviches… La mística, dice Cerdá, tiene una base prosaica desde la que obtiene resultados insólitos. No hay experiencia más universal y democrática, cualquiera puede pensar lo incognoscible y querer por encima de todos sus deseos. El contemplativo se empequeñece y así se agranda, esa es la esencia de su particular milagro.
Los seres humanos nos procuramos realidades ultra-terrenas en un gesto de expansión irrazonable. Shelley denominó a este gesto “el deseo de la polilla por la estrella”; una pretensión desorbitada. Si la trascendencia emparenta naturalmente con la moral, el amor y la belleza es porque las cuatro constituyen lujos orgánicos, extraños idiomas preciosos que, hasta donde nos consta, solo nosotros hablamos en el universo.Esta quemazón por lo Otro es un fuego común que, no obstante, puede ser pabilo titubeante o bosque en llamas. La realicemos o no, la capacidad de trascender nos caracteriza. Cuando esta posibilidad se eclipsa, permanece latente, y el hueco que resulta puede incluso medirse, pues tarde o temprano aflora, ya sea en forma de mera insatisfacción o con trazas patológicas. Como explicaba José Ortega y Gasset, “el hombre a veces no tiene manos; pero entonces no es tampoco un hombre, sino un hombre manco”.

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