La tradición democrática británica estrechamente ligada a un sentido de la independencia nacional ha contemplado siempre el cosmopolitismo europeo como una dilución de los Estados-nación en una estructura posmoderna ajena a la realidad. Una cosa es la cesión relativa de soberanía producida por la apertura exterior de las economías y otra muy diferente la transferencia de aquélla no a las fuerzas impersonales del mercado y, en última instancia, a las decisiones individuales, sino a un entramado burocrático sin accountability. En consecuencia, no se está ante un conflicto entre el nacionalismo británico y el cosmopolitismo europeo, sino ante una concepción diferente de quienes son los legítimos y últimos titulares del poder, los ciudadanos o una eurocracia sólo responsable ante ella misma.
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